Shakira, Shakira…

Habrá una semana, iba camino al teatro cuando leí en el metro la notificación de Spotify: Shakira lanzó un nuevo álbum. No, no me sorprende que Spotify me lo notifique. Spotify lo sabe: me gusta Shakira. Y no son pocas las personas que me han escuchado confesar ese hecho, siempre con una punta de vergüenza… algo fingida, tengo que admitirlo. Porque me gusta Shakira, de verdad.

Que hace años la dejé de seguir, no quiere decir que he dejado de escucharla: a cada tanto un tema nuevo en la radio, en la lista aleatoria, o cualquier otro medio de distribución de la industria fonográfica global, la mayor parte de la veces con algún artista más. Porque “Shakira” es eso, un producto que se hizo marca de la industria fonográfica global. Que siempre está, que siempre vende y que ayuda a vender. Es el ingrediente latinoamericano, sensual, atrevido que seduce fuera del continente. Shakira – no el producto, sino la mujer que le da forma, que lo sostiene – trabaja según las reglas de una industria.

En las últimas décadas, pero desde Ojos Así, trabajar según las reglas ha incluido el uso de su cuerpo, lo que es una de las cosas que justifica mi incomodidad con quererla, pese a que me parezca bella. Shakira no vino a revolucionar esa industria machista, pop, capitalista, sino que, desde siempre, ha sido parte de la crítica no tan crítica que necesita el sistema para legitimizarse y continuar reproduciéndose. A su vez, da la impresión de haber aprendido a usar las reglas de esa industria en su favor. En todo caso, Las mujeres ya no lloran es el nombre de su último álbum.

Camino al teatro, algo sorprendido de que Shakira todavía grabara álbumes, me puse los auriculares y, en el subte, empecé a escucharlo. “Puntería”, “La Fuerte”, “Tiempo sin Verte”… demasiado para una tarde de viento y lluvia. Cambié a Diana Krall y me sentí aliviado. Dale, pensé, todos crecemos un día y nos deja de gustar la hamburguesa de McDonalds… no pasa nada. Siempre quedan los viejos discos… de Shakira.

Porque sí: hubo una época de mi vida – de 1995 a 2005 si me fijo en la discografía – en la que el lanzamiento de cada nuevo álbum de Shakira (como los de Alanis Morissette…) ha significado una decena más de canciones agregadas a la banda sonora de la película de mi vida, o más bien de las varias películas que me hice a partir de una sola realidad. Canciones que fueron capaces, en su momento, de dar significados a las experiencias de la juventud, que me ayudaron a construir mis propias (?) narrativas y, también, mis (?) proyectos y sueños de entonces. Canciones que hoy todavía toco – mal, como todas, menos mal que la mayoría de las demás – en la guitarra, cuando nadie me ve (por supuesto). Canciones que canto, de principio a fin, sin equivocarme, caminando por la calle o también entre amigos, cuando una noble alma decide romper el tabú y suenan esos acordes tan familiares, y algo ordinarios, por cierto, a los cuales agrego con mi voz esos versos que ilustran tan bien eso que nos pasa a todos en historias de amor. La tristeza, el dolor, la ansiedad, la espera, el escalofrío, el deseo, la pasión, el éxtasis, la mentira, la entrega, los celos, el perdón, la reconciliación, la resignación, la superación. Todas esas cosas y tantas más, tan ordinarias como una canción pop, pero con una eficacia poco común. Shakira ha participado en mi educación sentimental, como seguramente en la de muchas otras personas, con lo bueno y lo malo que implica reconocer que nuestra educación sentimental está fuertemente a cargo de la industria del entretenimiento, tanto o más que la poesía o el arte que no se embalan para consumo masivo.

También a un evento mainstream iba yo – una adaptación de Bérenice, de Racine, con Isabelle Huppert, en la sala Sarah Bernhardt – cuando, bajo lluvia y viento, cambié por la suavidad del piano y la voz de Diana Krall los alaridos de las primeras canciones de Mujeres Ya No Lloran. Ya no era el adolescente de Belo Horizonte o el joven en tránsito entre Brasilia, Ginebra y Buenos Aires, sino un cuadragenario, padre, divorciado, viviendo en París, que iba al teatro encontrarse con un amigo, tratando de ocupar una tarde de sábado al final de un invierno que se hiciera más gris y frío luego del fin de un sueño de amor estival. No era Puntería, La Fuerte o Tiempo Sin Verte, sino Cry Me a River lo que ese momento mis oídos podían escuchar y que mis labios tenían ganas de cantar. Una cuestión de timing?

Hoy, domingo de Páscoas, víspera de feriado, luego de un día soleado de colas en el parque con los niños, ya con aires de primavera, al regresar a casa solo, decidí hacer la prueba y lo volví a poner. Mientras lavaba el baño, las primeras canciones ya no me parecían tan estridentes y pude escuchar las letras, que sí, son (de) Shakira. Primero, en Puntería, la perra, loba cada vez más presente desde Fijación Oral, cuando nos distanciamos. Luego, la persona que amó, se lastimó, y que logra no volver a ver a la persona con quien sigue soñando, aunque sufra, imágenes que conocemos desde Pies Descalzos… Clichés tan fáciles como infalibles: no hace falta cerrar los ojos y en nuestros devaneos esos versos se traducen espontáneamente en nombres y lugares, vividos o imaginados. En los míos, despoblados de femeninos o masculinos, simplemente humanos.

Y de pronto, la música se integró al décor y lo compuso. Ya no costaba escucharla. Al contrario, era agradable ese paseo que, partiendo del no lugar musical pop, de a poco se ubicaba en el mapa y daba cuenta en cada tema de la variedad musical colombiana, en versión pop, sí, en versión Shakira, su principal ícono. Una tarde de domingo, víspera de feriado, luego de una tormenta, algunos rayos de sol que se estiran hasta más tarde, ya fuera del horario de invierno… fluía. Agradablemente. Divertidamente. Sí, nos sigue gustando Shakira y sus canciones capaces de reemplazar el fregón y la escoba por recuerdos, pensamientos, sonrisas y hasta… tantas líneas.

Porque había que dejar constancia de ese momento en que algo sonó diferente y paramos el oído y volvimos al principio de la canción. Y la volvimos a escuchar una vez más cuando terminó. Y otra más. La introducción al piano, solo instrumento, la voz firme, la dicción clara, el texto eficaz, los acordes fáciles, el refrán pegadizo: Última. “Antes que nada te agradezco lo vivido /(…) Seguramente con el tiempo te arrepientas/ y algún día quieras volver a tocar mi puerta/ pero ahora he decidido estar sola.”

Veintes años después, un tema de Shakira me hace confundir sueño y realidad y me transporta a un otro lugar. Como si la vida fuera poesía. O tan solo una canción pop. Tómalo como quieras.

~ por Chelo Souto en 31/03/2024.

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